CREA EN MI, OH DIOS, UN CORAZON LIMPIO Basado en las Lecturas del domingo 18 de marzo, 2018
Hace dos semanas, en la primera lectura, Dios entregó sus Diez Mandamientos a los Israelitas (Éxodos 20: 1-17). Estos mandamientos dejaron muy poco espacio para la interpretación: "No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano. No codiciarás la casa de tu prójimo".
Muchos siguen estos mandamientos tal y como nos lo ordena la ley, obedeciendo la ley y siguiéndola a la letra. Escrito en piedra, los Diez Mandamientos prescriben un código de conducta restrictivo, como rieles colocados en las cunetas de una pista de boliche para evitar que la pelota se caiga del carril. Los Diez Mandamientos nos previenen de caer fuera del carril.
El objetivo de simplemente permanecer en el carril es como el tercer sirviente que enterró su único talento; ni es algo inteligente de hacer, ni tampoco esperanzador. Los rieles de los Diez Mandamientos pueden ser suficiente para los niños y los inmaduros, pero es limitante para las personas inteligentes.
En la primera lectura de hoy, el profeta Jeremías describe un nuevo pacto que será escrito en nuestros corazones y no en piedra. Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá… Estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo). Muchos judíos (y griegos y Gentiles) llegaron a comprender que el nuevo pacto nos ordena vivir más allá de lo que está escrito. Nos instruye a vivir con amor para honrar a Dios. El amor no conoce fronteras. La justicia no tiene límites. Debemos vivir consecuentemente con esto.
Jesús es el mejor ejemplo de lo que significa amar sin fronteras. Él aceptó la muerte que lo esperaba. Entendió que, como un grano de trigo, debía morir para "producir mucho más fruto". Su muerte, no la aceptó fácilmente. Estaba “angustiado". San Pablo escribe que Jesús "ofreció súplicas y plegarias con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte".
El salmista canta, "Crea en mí, Dios mío, un corazón puro y renueva la firmeza de mi espíritu”. Así como Jesús oró por un "espíritu firme" que le permitiera aprender la obediencia y el amor, nosotros también debemos orar por tener una confianza absoluta y poder así arrojarnos a los senderos del amor y la justicia incondicional, en lugar de limitarnos a nosotros mismos a vivir esquivando los rieles de las cunetas.